lunes, 26 de febrero de 2018

La Boda de Valentina *

(La Boda de Valentina, México, 2018)
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala

Deje usted las disparejas actuaciones, el uso (abuso) poco imaginativo de las mismas 3 locaciones de la Ciudad de México (Reforma, el Monumento a la Revolución y… Reforma), los fondos musicales que tapizan innecesariamente varias escenas y el proceso electoral mexicano parodiado (pleonasmo, pues) nomás porque es un blanco fácil. Todo eso resulta anecdótico y hasta simpático en La Boda de Valentina, del director Marco Polo Constandse, escrita por el otrora prometedor Beto Gómez. El verdadero problema es la traición que la película hace a Valentina, la protagonista de esta comedia de reencuentro romántico.
Valentina (Marimar Vega) es una veinteañera profesionista, chilanga transplantada a Nueva York, donde es la estrella de una fundación benéfica para el tercer mundo. Recién comprometida a casarse con Jason (Ryan Carnes), hijo de la presidenta de la fundación, debe regresar de improviso al DF, al enterarse de que sus padres la casaron a escondidas con su ex novio chilango (Omar Chaparro), para poner todos los bienes de la familia a nombre del flamante marido y así el padre de Valentina pueda librar un escándalo de corrupción en las próximas elecciones, donde contiende por la Jefatura de Gobierno. El objetivo de Valentina es, pues, divorciarse y continuar su nueva vida en Nueva York. Divorciarse del novio chilango y divorciarse de su abusiva y corrupta familia. Sí, pero...
Tratándose de la típica comedia en que la protagonista pone en pausa su sofisticada vida para regresar de improviso a su terruño, donde redescubre el verdadero significado de la la vida y la felicidad, es inevitable que Valentina se reenamore de su ex novio (ahora marido a fuerzas), de su familia y, pos ya qué, de México. Esto no tendría nada de malo, si la película nos diera elementos convincentes para que Valentina cumpla su destino. Lo malo es que el director Constandse ni siquiera trata de convencernos: Valentina, por fórmula, se queda con su ex novio nomás porque lo quiere mucho, así sea un junior macho y corrupto; tanto como los papás de Valentina, que regentean un partido político familiar al estilo del Verde Ecologista; ni el novio ni el papá tienen empacho en utilizar a Valentina contra su voluntad para sacarle la vuelta al 3 de 3. Y Valentina acepta porque... final y tristemente, sólo es una hija de papi.
Así, sólo queda por resolver el reenamoramiento con el terruño, y el DF es el DF: lo único rescatable de La Boda de Valentina es el hilarante intermedio en que el novio gringo y el novio chilango se emborrachan en una cantina y terminan en las luchas, echándole porras a los rudos. Bonitos motivos para dejar una vida de bien en Nueva York, Valentina.

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