sábado, 30 de enero de 2016

Cartel Land *1/2

(Cartel Land, EUA/México 2015)
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala

En la idea detrás del documental Cartel Land, del director estadounidense Matthew Heineman, hay una buena película: con el crecimiento del violento dominio de territorios por parte de los cárteles de la droga y ante la inacción de los gobiernos, un grupo de mexicanos en Michoacán y otro de estadounidenses en Arizona toman las armas por su cuenta para eliminar, ya sea deteniendo y entregando a las autoridades o, de plano, matando a los temibles delincuentes. Las autodefensas michoacanas quieren sacar a los criminales de su estado. Los paramilitares de Arizona quieren evitar que los miembros de los cárteles entren a su país.

Así, una mitad de la película sigue al grupo de vigilantes armados en Arizona, en la frontera con Sonora y es un completo desperdicio. El líder del grupo, un güero cuarentón, vestido y armado como Rambo, platica sus fracasos en la vida y atribuye sus males a los traficantes mexicanos, que no cesan de enviar migrantes y drogas a los Estados Unidos. Por eso, dice, su misión es detenerlos en la frontera. Ternurita. Lo cierto es que en este segmento de la película no pasa ni se dice absolutamente nada de interés.

La otra mitad, dedicada al Dr. Mireles, otrora líder de las autodefensas michoacanas, tiene varios buenos momentos. En particular una escena en que un grupo de autodefensas se avienta como el Borras, a punta de balazos y a plena luz del día, a capturar a dos miembros de los apodados “caballeros templarios” en medio de un pueblo michoacano. Es patético atestiguar cómo, una vez capturados los maleantes por el grupo de valientes, son entregados a un comando de policías federales, esos sí armados hasta los dientes y protegidos con chalecos y cascos antibalas, pero que ni las manos metieron en el asalto y captura de los dos tipos. Ah, pero eso sí: apenas los tienen en sus manos, los cuicos federales les asestan sus buenos sopapos a los detenidos. Si no fuera trágico sería cómico.

Al final, las dos historias permanecen aisladas una de la otra, sin juntarse nunca. Sólo el seguimiento al Dr. Mireles cobra vuelo pero, aún ahí, no hay nada en la película que no sepamos ya por los noticieros y los periódicos.

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