(Tropic Thunder, EUA/Alemania 2008) Clasificación B-15
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala"Querido muchacho, ¿por qué no intentas actuar?"(Sir Lawrence Olivier burlándose de y citado por, Dustin Hoffman.)
Si la actuación es un arte y el arte es, pues qué más, artificial, ¿por qué la insistencia en que los actores se expongan a las situaciones reales que luego recrearán frente a las cámaras? De Niro manejando taxis como loco antes de hacer Taxi Driver. Dustin Hoffman sin dormir tres días para aparecer desvelado en Marathon Man. Fulano conviviendo con doctores para hablar y moverse como ellos en su siguiente película. Mengana platicando con huilas para encarnar a una en la pantalla. ¿Es realmente necesario?
El actor Ben Stiller aprovecha su nuevo turno con el sombrero de director para lanzar ésta y otras preguntitas por el estilo, en esta sátira al sistema hollywoodense que endiosa a los actores, en detrimento del resto del equipo que hace una película.
Sume usted los personajes de Una Guerra de Película y juzgue las "meras coincidencias": un actor de una sola nota cuyo mayor (¿único?) mérito es hacer una y otra vez la misma película "de acción". Otro actor de
otra sola nota, estrella de películas de humor basado en funciones corporales. Oootro actor que toma tan en serio su arte, que lo aleja del artificio y lo acerca a la realidad: siendo rubio se somete a un procedimiento quirúrgico que lo convierte en negro (de su arte a mi arte...). Un rapero que se convierte en
otro actor. Y
otro actor, punto.
Estos cinco especímenes son abandonados, más o menos, por su director y con la anuencia de un alto ejecutivo del estudio productor, en la selva de Vietnam, en el tiempo presente. La idea es que experimenten el terror original de los soldados americanos a quienes representan en la película que están filmando y que busca narrar uno de tantos terribles sucesos del conflicto EUA/Vietnam de hace 40 años. Stiller busca pegarle a esa dedicación a hacer real lo artificial, enfocándose en los egos de los actores.
Muy sintomático de estos egos enfermos es que apenas unos minutos dentro de la película que vemos, los actores que hacen la-película-dentro-de-la-película se queden completamente solos (sin director, sin cámaras, sin luces, sin micrófonos, sin nada de nada) y estén dispuestos a creer que se sigue filmando la película. El otro síntoma es que la película que vemos nos muestra, además de los cerrados actores, dos aspectos del proceso de producción que poco o nada tienen que ver con el resultado en pantalla. En orden de aparición: el representante y el jefe del estudio.
El representante o agente, esa especie por lo general parásita que se alimenta de señalar, hacer crecer y hasta inventar fallas e inseguridades en su representado. Y todo para inflar el precio del actor en cuestión y obligar a soltar millones de dólares en gastos que, nuevamente, nada tienen que ver con la película, a esa otra especie que vive del artificio pero que poco aporta a su creación, como no sea el exigir que se complete el trabajo para poder exprimirlo en taquilla y ventas en video: el ejecutivo del estudio.
Decía, Stiller toma estos elementos que como actor seguramente conoce muy de cerca y los usa, reusa, recicla y exprime para reírse de su propia fuente de trabajo y hacernos reír a nosotros, al menos a dos niveles: uno, el de la comedia por sí misma (enredos, situaciones chuscas y hasta el socorrido humor corporal) y dos, el de la sátira que alcanza sus momentos más altos en, oh, ironía, esa visión que presenta del "player", ese todopoderoso ejecutivo del estudio que lo mismo besa la mano del Papa que amenaza con insertar la suya propia en salva sea la parte de quien se interpone en su camino.
Quisiera no pasar por alto el trabajo de Robert Downey, Jr. continuando una magnífica racha que lo regresa por sus fueros como uno de los grandes
artífices de su generación, pero seguramente ya tendrá usted, estimado lector, mejores opiniones al respecto. Ni qué decir de los confiables Stiller y Black y de sus dos compañeros de apoyo, Brandon T. Jackson y Jay Baruchel, aunque mucho menos conocidos, no menos efectivos que sus famosos colegas.
De quien realmente quiero contarle un poco y ya no quitarle más su tiempo, apreciable lector, es sobre el actor que encarna al "player", al desalmado y codicioso ejecutivo del estudio. Si usted todavía no ha visto la película y no sabe aún del actor sorpresa (que no lo fue tanto a la hora del estreno, por una filtración "no autorizada" de unas fotos mostrando a dicho actor disfrazado para su personaje), deje de leer ahora mismo. O pensándolo bien, no diré el nombre pero cumpliré mi promesa de terminar pronto. Esta creación es, por mucho, lo mejor de toda la película, no tanto por el disfraz y el maquillaje, dignos de un Oscar, junto con el negro de Downey Jr. Cierto, al ver la primera imagen el actor está irreconocible, pero al decir su primera línea con su inconfundible voz, el disfraz pasa a segundo plano y empieza el verdadero disfrute: atestiguar el trabajo de una gran estrella, un muy buen actor, desatado y gozando de lo lindo su creación. Sus bailes soltando la panza y sus demás desfiguros, la verdad, son secundarios (y seguramente nada tienen que ver con la experiencia del actor en esos menesteres de ser cabeza de estudio...). Hay que oírlo mentar madres y amenazar descarnadamente a justos y pecadores. Ahí, en esas escenas, está la cereza en el artificial pastel satírico de Ben Stiller. Lléguele.