sábado, 13 de octubre de 2007

El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo ****

(The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, Nueva Zelanda/E.U. 2001) Clasificación ‘A’
Por: Joel Meza
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala

A quienes, contra todos los pronósticos, nos salvan al mostrarnos lo mejor de sí.
“Hace mucho tiempo, en una tierra muy, muy cercana...” así podría iniciar esta versión fílmica del primer volumen de la novela El Señor de los Anillos, La Comunidad del Anillo. Para el espectador común, no es más que continuar la moda –revivida con Episodio I, EU 1999- de las sagas al estilo de La Guerra de las Galaxias, con todos los adelantos tecnológicos a que ya estamos acostumbrados en los últimos años. Pero para una buena parte del público que acudirá a las salas cinematográficas este fin de año, La Comunidad del Anillo es, en realidad, “la madre de todas las sagas”. Al menos en el papel.

La largamente esperada cinta (La Comunidad del Anillo se publicó inicialmente en 1954 y desde entonces ha ido ganando admiradores que ahora se cuentan en millones alrededor del mundo) trae a la vida a los habitantes de la Tierra Media, creados por J.R.R. Tolkien (1892-1973), profesor de Anglo-Sajón en Oxford y autor de una de las obras literarias de ficción más imaginativas del siglo veinte. La historia es más conocida de lo que pudiera pensarse: el protagonista, un personaje aparentemente insignificante, descubre un buen día que está predestinado a una vida muy distinta a la que hasta el momento conoce, y se ve envuelto, casi contra su voluntad, en la aventura más grande de todos los tiempos. En el proceso, por supuesto, se descubre a sí mismo capaz de proezas y un heroísmo nunca antes imaginados. ¿Suena familiar?

Lo anterior bien podría ser la descripción de Luke Skywalker. Pero no: se trata de Frodo, un pequeño hobbit (una de las especies de la Tierra Media de Tolkien) que, acompañado por otros hobbits como él, así como por elfos, enanos y hombres –la Comunidad del Anillo-, se embarca en una valerosa lucha por la prevalencia del bien sobre el mal, iniciada 20 años antes de que George Lucas creara su ahora legendaria ópera espacial.

Precisamente por estar basada en una novela tan exitosa (y al igual que la reciente Harry Potter y la Piedra Filosofal), La Comunidad del Anillo (dirigida por el neozelandés Peter Jackson y adaptada por Frances Walsh, mismo equipo que hiciera, en 1994, la dramática Criaturas celestiales, con la pre-titánica Kate Winslet) ha recibido una acogida mixta: la del público en general, que la está favoreciendo como la gran película épica que es, y la de los lectores, que -mucho más que en el caso de Harry Potter- rápidamente están aprobando o rechazando los resultados.

En lo personal, puedo decir que ha sido muy emocionante el ver a los nerviosos hobbits Frodo y Bilbo Baggins (Bolsón en la versión en Español) cobrar vida en las personas de Elijah Wood e Ian Holm, así como a Ian McKellen ponerse el sombrero picudo del gran mago Gandalf, mientras recorren juntos los fantásticos lugares descritos por Tolkien en sus novelas, deteniéndose de vez en cuando para tomar una de sus siete u ocho comidas diarias (bienvenida también es la reaparición de Christopher Lee como el mago Saruman, haciéndonos recordar a uno de los mejores Dráculas del cine). Más que exigir apego al material original, he disfrutado la visión particular de Peter Jackson, que trae al gran público una historia que realmente vale la pena conocer, no sólo en la pantalla, sino, y sobre todo, en las páginas de donde sale.

Por otro lado, prepárese: La Comunidad del Anillo dura 178 minutos, así que puede esperar un largo relato épico bien contado y sin desperdicio, que, como se anuncia, es únicamente la primera de tres partes. El éxito de esta primera entrega, afortunadamente, es palpable cuando, al cabo de las casi tres horas, al correr los créditos finales, la sala en general protesta con sorpresa, pidiendo más aventuras. Es seguro que el año entrante, ese mismo público seguirá acompañando al pequeño Frodo y compañía en su travesía, donde, por supuesto, el bien seguirá triunfando.
Paz a los hombres de buena voluntad.
(Publicado originalmente el 26 de Diciembre de 2001, en La Voz de la Frontera.)

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